¡Muy buenos días a todo el mundo! Aquí estamos de nuevo, para hablaros sobre pantallas… y algo más.
¿Qué os parece si empezamos con una historia inventada? ¿Hablamos de María?
María se despertó una mañana y vio a su hijo, de 15 años, con el móvil pegado a la oreja, sus dedos deslizando sin pausa por historias en redes sociales. Le preguntó: «¿A quién le estás escribiendo?» — él alzó la mirada, murmuró algo incomprensible y volvió a su pantalla. En ese instante, para ella no había duda: las pantallas eran una puerta que se cerraba entre ellos.
No era la primera vez que María se inquietaba. Había escuchado en una charla unas cifras que la golpearon: en España, un 20 % de los adolescentes muestra signos de uso problemático del mundo digital. Un estudio más profundo añade que la adicción severa a pantallas se asocia incluso con ideas suicidas y problemas de salud mental en menores.
Puedes encontrar varios estudios navegando un poquillo por aquí y por allá, pero de todas formas, no tienes más que abrir los ojos y ver cómo pasea la gente por la calle….
Pero María sabía también esto: el alcohol y las drogas no son fantasmas lejanos. En verano, muchos menores comienzan a probar el alcohol en fiestas; la campaña “Está en tu mano” alerta sobre ese debut temprano que puede marcar el resto de la vida. Podrás leer en varias investigaciones, que entre los estudiantes de 14 a 18 años el 28,2 % ha hecho “binge drinking” — beber cinco o más copas en pocas horas — en el último mes.
Entonces María empezó a pensar: ¿y si las pantallas funcionan como otra droga? ¿Y si al igual que el alcohol, las redes sociales, juegos y aplicaciones generan una dependencia que roba la atención, la motivación y el vínculo familiar?
La pantalla como droga silenciosa
Cuando un adolescente pasa horas frente a su dispositivo, la pantalla no es un objeto neutral. Un reportaje reciente lo resume bien: el uso excesivo de pantallas lleva a que los niños las necesiten cada vez más, a costa de su bienestar emocional. Y otros expertos alertan que estamos frente a una “pandemia de hiperconexión”, donde los móviles se transforman en tragaperras de estímulos que afectan el sueño, la atención y el desarrollo cerebral.
No es tanto cuestión de demonizar la tecnología, sino de verla con ojos de cuidado. En un artículo reciente se habla del “efecto Ricitos de Oro”: ni cero pantallas ni todo permitido; lo saludable estaría en un equilibrio justo.
Así como una copa de más puede emborrachar, una noche excesiva con el móvil puede embotar el ánimo. María lo vio reflejado: su hijo apagaba la música, dejaba los libros, regresaba al móvil con un impulso casi automático.
¿Y qué puede hacer una familia como la de María?
Desde la experiencia de acompañar a muchos padres y madres, y tras el testimonio de quienes ya usan el libro Atracción Fatal: Alcohol, Drogas y Pantallas en la Adolescencia Digital, he aprendido que no hay fórmulas mágicas, pero sí caminos que se pueden andar juntos. Aquí unas pinceladas de lo que muchas familias han comenzado a aplicar:
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Conversaciones antes que prohibiciones
María hizo algo valiente: una noche se sentó con su hijo, puso el móvil sobre la mesa y preguntó sin juzgar: “¿Qué es lo que te hace entrar al móvil cuando estás aburrido, solo o frustrado?” No exigió apagarlo, sólo quería entender. Esa apertura hizo que él bajara la guardia. -
Acuerdos claros con sentido
No imponer horas rígidas a la brava, sino pactar juntos: “de 9 a 10 sin móvil”, “durante la cena nadie usa pantalla”, “puedes usar 30 minutos extras si haces antes tal tarea”. Estos acuerdos, si se revisan juntos más adelante, tienen más éxito que la disciplina impuesta. -
Actividades alternativas que llenen
No bastan las reglas si no ofreces otra cosa. Quedaron que los miércoles fueran “noche sin pantallas”: película en familia (pero sin móvil al lado), lectura compartida, paseo o un juego de mesa. Pocas cosas conectan más que estar sin pantallas, pero juntos. -
Modelar el uso adulto
María descubrió una verdad profunda: su hijo la veía más usando el móvil que leyendo. ¿Cómo pedir que él limite algo si ella no lo hace? Ajustó su propio tiempo frente a la pantalla: menos WhatsApp durante la cena, menos scroll antes de dormir. -
Conocimiento concreto y herramientas prácticas
Aquí es donde el libro hace su diferencia. Muchas familias que lo han usado dicen que fue como tener un mapa en la oscuridad. Con ejemplos reales, ejercicios sencillos y capítulos claros para cada edad, el libro ha ayudado a convertir el desconcierto en una hoja de ruta que aplicar en casa.
Una guía con propósito
Por eso quiero invitarte: este libro existe para ti, para tu familia, para esas noches en que te preguntas si estás haciendo lo correcto. No es dogma, es acompañamiento. Ya ha servido de guía y ayuda real en muchas casas, para niños pequeños y adolescentes.
📘 Atracción Fatal: Alcohol, Drogas y Pantallas en la Adolescencia Digital
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Lo especial: muchas familias lo consiguen por menos de 2 €, como una pequeña inversión con gran retorno emocional.

